Nuestro blogg. Sus comentarios:

Vivir significa aprovechar todo cuanto te rodea, sentirse lleno de emociones, aprender, enseñar, recordar… Recordar momentos felices, momentos llenos de satisfacción. Mirar atrás y ver que te has convertido en quien querías ser. Mirar atrás y pensar que la vida te está tratando bien o, al menos, no peor de lo que te podría estar tratando.


Algunas cartas de amor que cada quien puede hacer suyas.

Tu eres el número:

Tama, hija, es hasta mañana...

20 de septiembre del 2014
El tiempo transcurre lento y rápido a la vez.
Llegar a casa, donde toda la familia religiosamente se congrega cada fin de semana no ha sido lo mismo sin ti.
Un pedazo de nosotros se fue. Murió.
¡Estoy enfurecida con la vida por arrebatarme de ti siento yo tan joven!
Como quisiera tenerte en mi presente y entablar largas pláticas contigo. Quizás, ni siquiera aún tengo tu nivel intelectual, pero de ti aprendería mucho. 
Mi abuelo, cuánto te extraño.
Recuerdo que la última platica que tuve contigo fue sobre mi hogar, sobre mí y mis hermanos. Me tomaste de la mano y me contabas cosas sobre mis papás. Jamás olvidaré esa mirada de ternura y amor que transmitías. 
Abuelito, te extraño y siento que no te valoré lo suficiente. Era yo en aquél entonces una niña y lo único que me interesaba era jugar. Esas pocas ocasiones, pero eternas en mi memoria, cuando me hablaste de tu estancia en Acapulco, tus amigos y me mostraste algunas fotos de cuando eras joven. Cuando me ayudaste en mi tarea sobre las partes de los volcanes, recuerdo que me prestaste uno de tus libros. O aquella ocasión en que, jugando con mi prima Mariana a la pelota, sin querer la volamos a la casa del vecino y yo imprudentemente quise brincarme la barda e ir por ella. Gracias a Dios estabas ahí, en tu sillón de siempre dormitando; donde estabas hacía reflejo entre la ventana de la puerta y la barda donde quería cruzar, me preguntaste ¿A dónde vas Anahí? -A ningún lado abue, tu comentario siguiente dejó huella en mi corazón, -No me mientas, el hecho de que esté aquí sentado no significa que no me dé cuenta de lo que pasa en esta casa, así que bájate de ahí que te puedes caer, esa barda no está bien puesta.

Por supuesto que en ese momento no quedé muy contenta, pues no había otra pelota con qué jugar. Pero de verdad tenías razón, siempre has tenido la razón, eres una persona muy sabia y hubiera querido tenerte más conmigo.
Nunca fuiste un abuelito muy apapachador o besucón, pero ¡ay, cómo nos cuidabas!
Tengo tu leve recuerdo de cuando tenía cuatro o cinco años, sentado en la puerta, cuando todavía era una rejita, sentado ahí por las tardes saludando a los vecinos que bajaban a Terrazas de San Antón. 
Te recuerdo también muy activo y vívido, arreglando el jardín, sembrando plantas para gusto de mi Jechu, mi abuelita, tu mujer. Te recuerdo escribiendo sobre la mesa de la cocina, solo y pensativo, te recuerdo bebiendo un caballito de tequila después de las comidas. Te tengo en cada Octubre leyendo a voz alta tus calaveras tan famosas.  Pero últimamente sólo son escenas y cuadros borrosos. Perdóname por favor.
Una mañana, estando en la preparatoria, me llamó mi papá, tu hijo, diciéndome que estabas muy enfermo y que si tenía la oportunidad, fuera al Salto.
En aquella época vivía en Yuatepec, sólo fui avisarle a mi mamá de lo que pasaba y me dio un recado para ti, recado que no escuchaste.
Iba pidiéndole a Dios por ti y tu salud, sin saber lo que realmente pasaba. Llegando, vi a una tipo ambulancia estacionada fuera de la casa, con sus puertas abiertas y me recibiste, me recibiste saliendo en una camilla, me preocupé, no me dejaron hablarte ni tocarte. Todo fue muy rápido. Oía dentro de la casa llantos y gemidos.
Entré y pregunté a mi padre qué pasaba y a dónde te llevaban, me dijo, -tu abuelo ya está con Dios, y me abrazó muy fuerte. No pude llorar, estaba en shock. 
Lo siguiente que recuerdo fue a Jana, mi prima, diciendo entre sollozos que Dios te necesitaba con él, y la abracé. 
No iba preparada para despedirme para siempre de ti.
Enseguida nos trasladamos a la Hispano Mexicana para velarte y darte honor. Ahí llegaron  todos tus conocidos, amigos, hijos, nietos y bisnietos. 
Ese día comprendí lo odioso que suena el "mis pésames" o "siento mucho la pérdida". Odie todo, los invitados, el olor de las flores y que te fueras.
"Aún recuerdo a las personas y sus voces impostadas intentando mostrar dolor, teatro del bueno para consolar a alguien más".
No podía asimilar que eras tú quien estaba en esa caja descansando. Nunca había fallecido alguien para mí cercano y mucho menos de mi familia.
El rostro de Eustacia de Domínguez era un tanto indescriptible, parecida a una niña pequeña e indefensa, no levantaba mucho la vista del piso, la vi tan triste y desalentada. Tus hijos e hijas, trataban de hacerla fuerte y a su vez sufriendo con ella tu partida. Si hubieras visto la escena, te sentirías orgulloso, pues siempre nos inculcaste la unidad.
Esa noche, mis primos y yo regresamos a la casa para descansar, los demás se quedaron contigo.
No pude dormir, me quedé en la sala hablando con unas amigas, cuando de repente, winni, el french poodle de Inés, y vaca, el chihuahua de Irene comenzaron a aullar frente a tu sillón. No me dio miedo, pero tenía muchas ideas rondando en mi cabeza. 
 
Enterrando tu ausencia.
Al medio día, yacías junto a tu madre, en el panteón al que todos los Domínguez vamos a ir a dar.
Lágrimas, ruidos, palabras y la familia. Eso en conclusión. Mi abuela lanzó la primer flor y aventó un puñado de tierra diciendo -te extrañaré mi viejito, pronto volveremos a reunirnos.

¿Y súndara? balbuceaba Miri, la más pequeña de tus nietas, miestras que Marcela, su madre, disimulaba sus lágrimas frente a ella.
Tu sillón hoy forma parte de la habitación de jechu, y en su lugar un altarsito quedó. 
Mi abu me hablaba de lo último que hiciste antes de morir, transcribías un poema tuyo y saliste al patio cuando resbalaste al bajar un escalón. Jechu salió corriendo por ti para  tratar de levantarte, dice que lo último que le dijiste fue -Ya estás vieja mujer. Y te fuiste.
Considero una forma bella de despedirte de quien vivió una vida contigo, te dio hijos, amor y cuidado; consumándose su promesa "hasta que la muerte nos separe". Tu frase además, es muestra de conocer la fuerza de tu mujer en cada una de sus etapas de vida. Un día quiero ser como tu, escribir como tu.
El legado y enseñanza que dejaste trascenderá mucho, como "tama" la palabra que sacaste de no sé donde, es con la que nos despedimos por las noches.
"Siempre he creído que en la vida hay personas que te alimentan, que te quieren y que necesitas de tal manera que cuando los pierdes nadie puede llenar ese vacío".
Tu recuerdo salta a mi mente.
Tenía tantas ganas de aterrizar estas letras desde hace un tiempo, pero no podía, no tenía los pensamientos organizados en mí mente, escribo esto a sabiendas que no lo leerás, pero como alivio y paz a mi alma.

Una carta para Carlos Domínguez Ayala, esposo, padre, abuelo, amigo, poeta y autor de grandes obras, escrita con amor y esperanza de la china, tu nieta. Tama.

Inspiración y ejemplo a seguir para sus familiares. 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hermoso texto prima.

En verdad que tenemos un angelote allá arriba que nos cuida y nos quiere. Siempre lo tendremos en nuestro corazón.

Gracias por tus hermosas palabras..

Oscar