Le lloro a mi soledad por ser tan dulce y tan amarga,
por ser cálida y oscura,
por ser arbitrariamente eterna,
por ser cruda, real, amoral, justa e injusta.
Amarga, dulce, amarga...
Le lloro a mi soledad porque no tengo a quien más llorarle,
porque se me agotan las posibilidades,
porque la causalidad se ha convertido en casualidad,
porque simplemente quiero llorar, y mi soledad lo justifica, lo vale y lo amerita.
Le lloro a mi soledad para que vuelva,
que regrese a mi y me inspire, me renueve,
que me refresque los lagrimales tan secos por mi existencia y su ausencia.
Te necesito soledad mía.
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